El arte cubano dijo adiós a uno de sus mayores exponentes naif, el cienfueguero José García Montebravo (1953-2010), fallecido en esa ciudad del centro-sur de la Isla conocida como la Perla del Caribe.
El deceso del reconocido pintor se produjo a los 57 años de edad, cuando había alcanzado plena madurez artística y aún estaba en condiciones intelectuales de enriquecer su producción plástica, la cual comenzó a trascender tardíamente dentro del panorama artístico nacional, a partir de su intensa labor durante los años 80 del pasado siglo que llamo la atención de galeristas y críticos más allá de nuestras fronteras.
Víctima de una irreversible enfermedad hepática, la obra de García Montebravo ganó espacio en exigentes escenarios de confrontación del arte mundial, como Nueva York, donde encontró aceptación, a partir de la frescura y originalidad con que, al margen de la información académica, reflejó la espiritualidad de los habitantes de su isla, los efluvios vegetales tan cercanos a su entorno vital y la iconografía amoldada a su sensibilidad.
Cienfuegos, es bueno recordarlo, había hecho aportes notorios a este tipo de arte, también de modo inexacto llamado primitivo o ingenuo, en las figuras de Benjamín y Ñika Duarte, alentados por ese extraordinario personaje de la cultura cubana que fue Samuel Feijóo.
Montebravo dio vuelta a esa página precedente y se instaló en la dimensión de su época, sin traicionar el legado de las tradiciones pictóricas cubanas, a las que llegó por la vía de la curiosidad y la inteligencia y no de la formación. Pero tenía oficio —ojos para ver, manos para pintar—y eso lo distinguió dentro de su línea.
En un artículo titulado José García Montebravo: más allá de la pared del Sueño, el crítico Antonio E. González Rojas, expresa que Montebravo trasciende vertientes, exóticamente ligths, de remuneración garantizada, y se adentra en una poética compleja, que no regala significados ni delata referentes concretos, como las líneas temáticas ya citadas, o como las obras de indiscutibles hitos del arte mágico cubano nombrados Belkis Ayón y Manuel Mendive, de inspiración explícita en dédalos esotéricos de las religiones y sectas afrocubanas; como el realismo mágico o surrealismo mitológico de sustratos subjetivos, bucólicos y menos complejos, latentes en las obras coloridas hasta el abigarramiento de Pedro Osés, en las figuraciones blanquinegras de Zenia Gutiérrez, en la más libre imaginería campesino y marinera de José Basulto; cosmovisiones estas igualmente asumidas por Ramón Rodríguez (El Güije) desde una perspectiva más estilizada y gráfica, de cierta incidencia africanista; tampoco llega a derramase en geniales caos semiológico-figurativos que son las coloristas descargas de adrenalina y sarcasmo con que Julián Espinosa (Wayacón) abofetea preceptivas.
González Rojas añade, además, que en sus obras más enigmáticas, insinuantes hasta alcanzar sensualidades otras, ajenas, donde la fisiología no vale, sólo los hálitos, Montebravo renuncia a elaboraciones meticulosas, a la tentación del costumbrismo y la anécdota, generando en tela y cartulina figuraciones frágiles, lánguidas hasta el onirismo alienante de un Miró, cuya transparencia les otorga la densidad de un arquetipo, mutable, flexible, continente de la génesis de todas las formas. Estas figurillas sutiles son silfos y espíritus elementales pertenecientes a todos los contextos y ámbitos, de esencias acomodables, listos para ser cribados por las más variopintas cosmovisiones, adscribiéndose a la conveniencia de cualquier sistema mitopoético.
Dentro de su prolífica producción, piezas como Entorno caribeño, Escena Fantástica, Las imágenes vuelan, Escena en Rojo, Meditación, Tiempo Atrapado, Proyecto de Ser, la serie Situación, y hasta la alegoría martiana…y en los montes, montes soy, hablan de la pureza, inasible desde la burda sensorialidad, sólo presentida por la memoria arcana, tras el previo despojo de todo condicionamiento civilizatorio occidental.
Montebravo articula su universo simbólico desde presupuestos surrealistas propuestos por el Bosco, Miró o el cubano Fabelo, salvando las distancias, con la capacidad de calmo extrañamiento heredada de Fidelio Ponce de León, pero con la consciencia de libertad creativa enarbolada por artistas naif como Wayacón y Noel Guzmán Bofill.
El cienfueguero Montebravo, no es un naif de cuna, instintivo, pues cuenta con graduación académica (Profesor de Geografía) Es un naif converso, que voluntariamente estudió y abrazó los disímiles afluentes de esta corriente, la profesa a consciencia, la eleva a planos místicos y filosóficos, desde la actitud contemplativa del chamán y el opiómano, cuyo amodorramiento de los sentidos permite la irrupción de fuerzas mágicas olvidadas, agazapadas más allá de la pared del sueño, presentidos sus contornos por la mano ya inmóvil del pintor, enfatiza González Rojas.
Señores: A quien corresponda. Soy un español de Zaragoza que hace 13 años tuve la suerte de conocer a Montebravo en Cienfuegos y despues de una charla le compre un pequeño cuadro que me entro en la maleta y me traje un poco de Montebravo y de su arte, Que Dios lo tenga en la Gloria y que descanse en Paz.
Un español.
EL, MONTE, CON SU CARACTER, EXTRANO, ERA MI SOCIO, MI HERMANO, DEL CORAZON, TERE, SU MAMA, UNA MADRE, MAS, PARA, MI, SUFRO, SU MUERTE, ENORME, ARTISTA, RESPETO, TU INMENSA, MEMORIA Y HAGO SILENCIO, DE ADMIRACION, POR TU HUMILDAD, ,LUZ INFINITA DEL ARTE, BOFFILL, DESDE, SANTA CRUZ DE LA SIERRA BOLIVIA.