Coleccionismo institucional: Mucho más que comprar arte

5 10 2010

Por: Jorge Rivas Rodríguez

Un tema poco debatido en la Isla, a pesar de que se practica desde hace mucho tiempo, ha sido recurrente durante los últimos días entre especialistas y expertos en él interesados. Se trata del coleccionismo de arte en su doble expresión, institucional y privado, debate fundamentalmente relacionado con el primero, luego de la inauguración en el Centro de Desarrollo de la Artes Visuales (CDAV) de una exposición con obras de creadores contemporáneos, las cuales forman parte de la colección del Consejo Nacional de las Artes Plásticas (CNAP), y de la entrevista que sobre este asunto sostuvimos con el presidente de esa institución, Rubén del Valle Lantarón.

Frémez : CANCIÓN AMERICANA, VIETNAM (La modelo y la vietnamita)

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Ante todo, vale puntualizar que aunque hoy en día, internacionalmente, el coleccionismo tiende a dividirse en dos  tipologías (institucional y privado),  algunos estudiosos afirman que en realidad existe un solo tipo de coleccionismo,  el cual puede ser personal o familiar, estatal o público, de inversión o empresarial, y de tesauro (tesoro) nacional o patrimonial. 

Una de las voces mejor documentadas dentro del variopinto panorama de la crítica artística en la Isla, Manuel López Oliva –también reconocido maestro de la plástica-, asegura  “que el mismo coleccionismo  privado puede ser institucional, de cultura individual, lucrativo complementario del diseño de interiores, para maduración de obras con fines mercantiles posteriores, para  equilibrar capital (como medio de evasión impositiva o depósito estable de inversiones), y de imagen publicitaria o definición de rango”.

Sin pretender hacer de este texto un estudio sociológico del arte, ni teorizar en torno a asuntos relacionados con la economía de la cultura,  temas a los que se vincula el coleccionismo de arte y sobre los que convendría profundizar, puede asegurarse que el llamado coleccionismo  institucional comenzó con fuerza en la Isla luego de la llegada de los monopolios norteamericanos, cuyos magnates realizaban determinadas inversiones en obras de arte, muchas de ellas adquiridas a precios irrisorios.

Y subrayo que el coleccionismo institucional alcanzó “fuerza” durante los primeros años de la seudo-república, porque en realidad surgió desde los mismos tiempos de la colonia, aunque como expresión simbólica  de los dos sectores de poder que entonces regían el destino de la nación: la metrópoli española y la clase criolla adinerada.

Posteriormente se estableció el coleccionismo de tesauro o patrimonial,  que fundía colecciones particulares (o privadas ) y estatales (o públicas), el cual  tuvo su máxima manifestación en museos como el Nacional de Bellas Artes (MNBA), en La Habana,  y  el Bacardí, en Santiago de Cuba. Pero  en la misma medida en que el capitalismo se entronizaba en la vida cubana, crecían las tendencias coleccionistas de inversión, anti-fisco, rango y publicidad inherentes a la capitalización mediante el arte. Las llamadas ´vacas gordas´ de la República eran momentos oportunos para la compra de obras de arte, inversión que de alguna manera podía ser útil en los tiempos de las ´vacas flacas´.  Después de la Segunda Guerra Mundial irrumpe el llamado coleccionismo de mercado ´panamericanizado´, que incluye a Cuba, y tenía como destino y égida esencial a los Estados Unidos.

Lo que sí es cierto es que la mayoría de las veces se trataba de operaciones regidas por el gusto personal de los empresarios que utilizaban estas obras con fines netamente decorativos en sus múltiples oficinas, salones y lobbys dedicados al funcionamiento de sus negocios, en los que era más frecuente ver muebles suntuosos que verdaderas obras de arte.

Pero ninguna de esas colecciones -que aunque estaban ubicadas en edificios públicos, no pertenecían al patrimonio de la nación, sino eran propiedades de los grandes dueños de comercios e industrias- se sustentaban en políticas y principios de adquisición vinculados al perfil de las entidades donde eran ubicadas, como tampoco constituían selecciones representativas, en mayor o menor medida, de lo mejor del arte en esa época. Muchas veces, al estar evaluadas por personas con total desconocimiento artístico, esos conjuntos de obras no poseían gran valor, porque en ellas primaba el sentido decorativo, totalmente indiferente a los movimientos y tendencias más significativos del arte contemporáneo.

Tampoco puede asegurarse que el MNBA, fundado en 1913, pudiera asumir con tales exigencias el fomento de sus colecciones, muchas de ellas enriquecidas a través de donaciones de los propios artistas y de escasas personalidades interesadas en hacer públicos, para bien de la cultura cubana, parte de sus tesoros artísticos. En enero de 1959, esta entidad sumó a sus obras en exhibición un considerable lote de piezas de reconocidos maestros del arte cubano, que fue incautado a la burguesía insular que emigró hacia los Estados Unidos.

En ese mismo año comenzó a desarrollarse el coleccionismo institucional estatal de tesauro (que generó leyes, decretos y políticas de importancia),  y a la vez se produjo una descapitalización lógica en las colecciones privadas.

Diferentes circunstancias socioeconómicas condujeron a una paulatina decadencia  y desinterés hacía el coleccionismo privado,  en beneficio del institucional, el cual se enriqueció notablemente a través de los canjes –muchas veces desproporcionados-  realizados en las denominadas Casas del Oro y la Plata, instauradas a mediados de los años 80 del pasado siglo, como una alternativa ante las necesidades económicas de aquellas personas que disponían de bienes patrimoniales,  fundamentalmente obras de artes decorativas, así como  joyas confeccionadas con metales y piedras preciosos.

En esa época igualmente surgió el Fondo Cubano de Bienes Culturales, cuya Casa de Antigüedades se nutría  también de aquellas extraordinarias oportunidades de compra; mientras quedó legalmente establecido que las obras artísticas donadas o adquiridas con destino a organismos y espacios estatales, eran asumidas en calidad  de “medios básicos”  de resguardo temporal.

“Durante los últimos 50 años se han mantenido algunas variantes estatales y privadas, implícitas (como las ambientaciones o personas que recibían obras de los artistas) y  explícitas (como en Bellas Artes y algún museo que trataba de desarrollar su tesauro), aunque no en todos los casos ha estado presente una verdadera conciencia de nuevo coleccionismo”,  asegura el maestro López Oliva, quien recuerda que en diferentes artículos, intervenciones públicas, foros, conferencias y congresos luchó  “porque se adoptara el concepto de Colecciones Sociales de Arte,  como un complemento, en legislaciones, de la Colección Estatal de Tesauro o Patrimonial”.

Sin embargo, las tipologías de coleccionismo institucional y privado fueron asumidas dentro del diseño funcional  y legislativo del  Ministerio de Cultura, con sus respectivos objetivos,  dirigidos a favorecer la conservación  del patrimonio nacional.

Estimular el interés por el arte cubano y su coleccionismo, es un objetivo acentuado en la muestra recientemente organizada por el CNAP. En ella se sugiere esta práctica como alternativa que permita, junto con los museos, preservar la mayor cantidad posible de obras representativas del patrimonio insular, imperiosa gestión,  además,  en favor de la cultura cubana ante el incremento de la venta de excelentes creaciones de las artes visuales  a coleccionistas privados, galerías e instituciones de diferentes países de todos los continentes.

Por tal motivo, se han adoptado medidas y regulaciones legislativas que permitan el eficaz y ordenado ejercicio del coleccionismo institucional en la Isla, el cual prácticamente ha desaparecido durante los últimos años en los organismos que no pertenecen al Ministerio de Cultura, debido a la repercusión inevitable de la actual crisis mundial del capitalismo. La paulatina y extendida recuperación de esta gestión, en última instancia,  permitirá a las múltiples entidades del Estado cubano participar en la promoción y preservación de nuestro patrimonio, a la vez que propiciará una mayor y mejor interrelación entre los creadores y el público.

Pero el coleccionismo de arte, que también puede aumentar el capital de cada organismo que invierta en la consolidación de un patrimonio con crecientes e indiscutibles valores económicos, debe estar regido, ante todo, por principios muy bien definidos sobre su real puesta en práctica, la cual debe ser diseñada por especialistas que logren convencer a sus directivos sobre los beneficios que éste aporta, tanto para su propia entidad, como para la cultura y el público en general, al que puede ofrecerle, a través de  muestras permanentes o puntuales, un panorama del arte cubano contemporáneo que también percibe como crónica de los principales problemas y fenómenos que conforman su propia existencia social.

Así mismo, se atesoran bienes que pueden servir como vía de intercambio definitivo o circunstancial entre las instituciones, las que pueden proyectar una mejor y más culta imagen mediante la inversión de una parte de sus beneficios económicos en colecciones de arte.

El asunto, literalmente dicho, parece fácil. Pero no se trata de estimular el coleccionismo sólo entre las sedes de los organismos centrales del Estado, sino además en el resto de sus dependencias en todo el país, entre ellas los museos municipales y provinciales. Las adquisiciones de obras de arte con este fin deben de ser exponentes de lo mejor de la creación plástica en cada territorio, independientemente de la época, movimiento artístico o autor al que correspondan.

Por supuesto, el coleccionismo institucional implica una responsabilidad que sobrepasa los límites de compromiso local o empresarial para establecer determinadas obligaciones que responden a intereses de la nación y de su patrimonio cultural. En tal sentido, quienes asuman esta encomienda, tan noble como complicada, deben tener en cuenta que muchas veces existen criterios impositivos que tratan de promover modelos canónicos en detrimento de una heterogénea y real visión del arte.

Debe quedar claro que los encargados de fomentar el coleccionismo deben poseer rigor absoluto en sus conocimientos sobre arte. Se trata de personas especializadas en estas materias las cuales tienen una formación académica e intelectual muy seria, en tanto dominan las complejas e imprescindibles técnicas de conservación, museografía y curaduría, así como tienen dominio de las exigencias previstas para el almacenamiento de las piezas, labor que debe estar acompañada por su eficaz catalogación, la investigación sistemática sobre los autores, estilos y tendencias que caracterizan al conjunto que atesora la institución, a la que corresponde, además, divulgar y promover su riqueza plástica entre la comunidad.

Seria idílico que los organismos interesados en el coleccionismo de arte igualmente logren establecer una circulación y operatividad social de su patrimonio, en torno al cual además de las mencionadas exposiciones pueden organizarse conversatorios, conferencias y eventos académicos en los que participen los artistas junto con los críticos y el público, tanto de la comunidad como de la entidad que atesora estos bienes.

Lógicamente, estamos hablando de un asunto insipiente aún, independientemente de que en la Isla existen instituciones con sólidas y bien estructuradas colecciones de arte. Es una cuestión de pensamiento, organización y tiempo, con el fin de fomentar colecciones que igualmente aludan a experiencias artísticas y socioculturales reconocibles por sus auténticos  valores estéticos. Asumir conscientemente esta encomienda significa no sólo asegurar el patrimonio, sino también contribuir a la evolución y consolidación de nuestras  cultura e identidad nacionales.


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