Por Jorge Rivas Rodríguez
Este jueves 29 de septiembre, a las 3.00 pm, en el patio del Edificio de Arte Cuba del Museo Nacional de Bellas Artes, en La Habana, será presentado el catálogo de la exposición
Felipe Orlando: ciudadano del mundo, inaugurada en el mes de mayo pasado en esa emblemática institución.
La muestra estuvo integrada por 24 cuadros pertenecientes al MNBA y 11 prestados por su familia, entre ellos La casa de las carolinas, exhibido en el Museo de Arte Moderno de Nueva York (MOMA), en 1944 y otros que abarcan las diversas etapas de su trayectoria creativa; todos los cuales aparecen en este catálogo impreso a color.
Felipe Orlando fue un hombre peregrino del arte, de cuya obra el prestigioso crítico Guy Pérez Cisneros dijo: “Su pintura es una expresión muy depurada y muy sinceramente ingenua de su mundo interior. Nunca se quiso engañar a sí mismo, y su obra ofrece una pureza muy rara en nuestro arte moderno(…) Orlando supo ver con provecho el mono cromatismo manuelino seguido por la orgía del color de Mariano. Conservó siempre su personalidad intacta a través de tales viajes. Sus temas son lo mágico cotidiano: las afueras del circo, los juegos de los niños, las peceras, los juguetes. Buen ejemplo de que no se necesita recurrir a un literario surrealismo para hallar la más fina y la más rara poesía.”
En las palabras al catálogo de esta exposición que puso de relieve una de las figuras más enigmáticas de la cultura cubana y, paradójicamente, muy poco conocida por las nuevas generaciones de cubanos, el reconocido curador y crítico del MNBA expresó que este artista perteneciente al movimiento de la vanguardia artística surgida en los años 30, nos legó una “pintura es difícil de encasillar dentro de las principales direcciones por donde se mueve el joven movimiento moderno de la Isla.
“Discípulo informal de Víctor Manuel —agregó—, inicialmente su talento se expresa próximo a los recursos formales de su maestro, aunque muy pronto llega a asumir un rumbo autodidacta. Así, hace su aparición en la Exposición nacional de pintura y escultura, de 1935 en la cual obtiene un premio por su obra Mujer y paisaje. Es un año definitorio para Felipe Orlando como artista, pues realiza también su primera exposición personal en el Lyceum de La Habana”.
Felipe Orlando participó, durante sus años en la isla, en los más importantes eventos de aquel momento, tales como la Exposición de pintura cubana actual en el Lyceum de La Habana, febrero de 1937, y en la Primera exposición de arte moderno, celebrada en el Salón del Centro de Dependientes de La Habana, muestra en la que comparte espacio con algunas de las figuras más importantes del arte entonces, entre ellos, Víctor Manuel, Amelia Peláez, Carlos Enríquez, Jorge Arche, Fidelio Ponce, Arístides Fernández.
Ya por entonces, la crítica entrega palmas a su quehacer plástico. “Lo mágico y lo milagroso juegan el papel más importante en los recientes cuadros de Felipe Orlando…”, tal expresó el poeta Emilio Ballagas en las palabras del catálogo de la exposición individual que realizó en 1939 en el Círculo de Amigos de la Cultura Francesa
“Al comienzo de la década de los 40 la pintura de Felipe Orlando sufre cambios. Abandona el uso de los grises y adquiere una mayor riqueza e intensidad en el colorido. Con respecto a los asuntos que trata”, afirma Cobas en sus palabras para este catálogo.
José Gómez Sicre, mecenas del arte cubano junto a María Luisa Gómez Mena, apuntaba en esa misma década: “Aunque sus temas abordan la misma inocente intención, a veces nos parecen irónicos, mágicos pero penetrados siempre de una deliciosa poesía, de un lirismo activo que quisiera estar siempre ordenando, modificando, todas las cosas dentro del lienzo.”
Según Cobas, entre sus obras sobresalientes de esta época se encuentra La casa de las carolinas, 1943, escena intimista en la cual dos mujeres comparten una apacible vida doméstica. Ese mundo en apariencia cerrado, de escenas atrapadas en un tiempo al parecer inamovible, lo vincula a otros creadores paradigmáticos de aquel momento como Mariano Rodríguez y René Portocarrero. En esta dimensión atemporal, también se encuentra otra obra importante de Orlando: Interior amarillo.
“Sin duda —dice Cobas—, Felipe Orlando se encuentra en un momento de plena madurez creativa en el transcurso de la década de los 40 y desempeña un papel destacado en la plástica cubana de la época. Durante este período su pintura evoluciona de un estilo ingenuo, próximo a lo naif, a una expresión de un colorido intenso, casi expresionista, cercano a la poética surrealista”.
En la segunda mitad de los años 40 del pasado siglo, Felipe Orlando vive y crea En Estados Unidos, pero sin perder sus vínculos con el arte y la cultura cubanas, organiza y participa tanto en muestras personales y colectivas de La Habana y Washington y Nueva York.
En 1951 se traslada a México donde abre un nuevo taller en la capital del país azteca y se sumerge con brío en el panorama de la pintura mexicana de los años 50 y 60, integrándose a la cultura artística de la nación.
“¿Cuáles son los cambios fundamentales que ocurren en su obra durante su estancia en tierra azteca? Sin duda, aspectos ya señalados por la crítica: lo mágico y misterioso se consolidan y cobran una mayor intensidad. Su pintura se mueve muy próxima al surrealismo, corriente en boga en la pintura mexicana de la mano de importantes figuras: Remedios Varo, Alice Rahon, María Izquierdo, Leonora Carrington y Gunther Gerszo, entre otros. Lo imaginario se impone al empuje histórico del muralismo mexicano y da origen a lo que algunos han llamado “fantasía mexicana”. Felipe Orlando participa con su pintura en ese gran momento de renovación de la plástica azteca, y su erudición musical lo hace pintar una de sus obras sobresalientes de los años 50, cuya estética está cercana al lenguaje surrealista:“Homenaje a Palestrina, ca.”, 1956, dedicado al gran compositor italiano, uno de los más célebres del Renacimiento”, puntualiza el reconocido curador cubano.
En México, Felipe Orlando prontamente se inserta en los principales circuitos del arte, pero tampoco allí olvida su estrecha relación con –Cuba, y se hace notar su participación en los principales eventos del arte insular, como es la exposición Plástica cubana contemporánea. Homenaje a José Martí, que tiene lugar en el Lyceum de La Habana en 1954.
Estudioso de su obra y de su vida, Cobas puntualiza en sus palabras al catálogo que “durante el primer lustro de los 60, Felipe Orlando está concentrado en la obra que se encuentra llevando a cabo en México; pero al mismo tiempo, esta se internacionaliza. Así aparecen expuestas en muestras personales que tienen lugar en Texas, Nueva York, Roma y Caracas, entre otras ciudades del mundo que acogen su arte.
“En 1965 —añade— se traslada a tierra española y allí sus raíces fecundan de nuevo, instalándose en Mojácar, Almería. A partir de 1970 establece su residencia en Benalmádena, Málaga. Su pintura evoluciona hacia la abstracción, en particular la pintura informalista, aunque siempre con algún referente figurativo. En estas pinturas Felipe Orlando nuevamente cambia su morfología. Predomina la serenidad y el lirismo en las texturas. Tal como afirmara José Emilio Pacheco acerca de su pintura “…un artista no está hecho jamás. Se hace a sí mismo a medida que pinta.” Los títulos son sugerentes y permiten al espectador penetrar en el misterio que ofrecen las diversas gradaciones de color. El azul domina la composición en un homenaje plástico al mar en “Del Mediterráneo”; los tonos rojos en gamas intensas invitan al juego en “Cachumbambé”; los acrílicos de vigoroso colorido y misteriosa entonación aparecen reflejados en el díptico “Obatalá no.1” y “Obatalá no. 2”.
En su texto, Cobas reitera el carácter viajero en la personalidad del artista, condición que se asocia, “de forma definitiva” con su nítida imagen “como pintor, escritor y antropólogo tenemos que asociarlo, , con el artista viajero”.
En tal sentido, el crítico del MNBA asegura que su “movilidad geográfica es asombrosa. Recorre países de América, Europa y África; en unos expone sus pinturas, en otros publica sus libros. En algunos la investigación antropológica lo fascina al punto de convertirse en un apasionado coleccionista y en un gesto de desprendida generosidad crea un Museo Arqueológico en Benalmádena, al cual dona su gran colección de piezas precolombinas.
“La diversidad cultural quizá sea la principal premisa de su ideario estético. De ahí que su obra plástica esté abierta a variadas interpretaciones y el público pueda acceder de las más diversas maneras a la lectura de sus cuadros. Hay un sentido de universalización de su pintura, de interpretación abierta, surgida de lo más íntimo de un Felipe Orlando que no cesa de palpitar ni un momento. Es este movimiento pendular, de lo recóndito a lo vibrante, la característica principal de la obra integral de este gran artista, que se proyecta con orgullo como ciudadano del mundo”, expresa finalmente Cobas en las palabras del catálogo que será presentado este jueves en el Edificio de Arte Cubano del MNBA de La Habana.
.
.
Deja una respuesta