Jorge Rivas Rodríguez
Varias horas en una fila que triplicaba la capacidad de la sala —288 lunetas— y la necesaria prolongación de la temporada por exigencias del público, dan fe del exitazo de taquilla que ha tenido la puesta en escena de Cuatro menos, reciente obra del periodista, dramaturgo y teatrólogo Amado del Pino (Tamarindo, Camagüey, 1960), llevada a la sala Tito Junco, del Centro Cultural Bertolt Brecht, por el grupo Vital Teatro, que dirige Alejandro Palomino.
Con esta pieza ganadora del Premio Internacional Carlos Arniches (Alicantes, España, 1866-1943), en el 2008 —primer cubano en alcanzar tal lauro—, el teatro cubano vuelve a introducirse en el análisis crítico de los problemas de una zona de la sociedad cubana de nuestros días; vistos a través de un (poco usual) hiperrealismo, que quizás haya sido el detonante principal del masivo interés de los espectadores por esta representación que, en última instancia, deviene reflexión crítica sobre la pérdida de valores éticos, humanos y espirituales, sobre lo cual espolea hondo.
Del Pino, con una audaz dramaturgia escenificada por Alejandro Palomino (Triangulo en el 2004 y En falso, 2006, también del mismo autor), profundiza en asuntos “delicados”, considerados “tabúes” en los temas expuestos hasta ahora en los espectáculo públicos de la isla. Pero ni el guión, ni la puesta, acuden al burlón doble sentido, ni a la manipulación disidente; como tampoco la generalidad de los diálogos constituyen reseñas hipercríticas; sino parten de la realidad misma, sin edulcoración, aunque en ocasiones coexisten excesos dramatúrgicos —sobre todo en los discursos de Andrés, Tamara y Pollo— que frisan el teque emocional.
Lógicamente, y como el mismo autor ha dicho, al teatro no le corresponde pronunciarse ni dar respuestas científicas, sino crear las dudas, poner el dedo sobre la llaga de algunas preguntas, propiciar el debate. De eso —y solo de eso— se trata esta obra que echa anclas en apacibles posturas de los jóvenes ante algunos de los problemas que nos corroen, entre ellos, claro está, los relacionados con el bloqueo impuesto a la isla por el gobierno de
Estados Unidos. Pero la tesis de Del Pino va mucho más hacia adentro de nuestras contrariedades; es decir las signadas por dogmas y esquematismos nacionales; realidad que buena parte de las nuevas generaciones enfrenta mediante el éxodo, la apatía, el abandono de la familia y el desarraigo de sus valores culturales. Con tal ardid el autor mueve las fichas del ajedrez, en ese juego de vida o muerte en que transcurre la existencia del cubano de hoy.
Pero Amadito, aunque sabe que este es un asunto clave en su drama, deja bien sentado que, en Cuatro menos, no representa a las juventudes cubanas, “ni tengo opiniones de sociólogo o politólogo sobre el tema”.
Palomino, sin relevantes pretensiones escénicas, aprovecha las actuales circunstancias socio-políticas de la nación; llamada a exponer nuestras dificultades con claridad y sin miedo, con el fin de favorecer las transformaciones que permitan la subsistencia de la independencia y las conquistas del socialismo; y asume la escenificación junto a un experimentado colectivo de jóvenes actores —la mayoría de ellos popularizados a través de la televisión cubana—, quienes mantienen el ritmo de la obra, de principio a fin, gracias a la interpretación de un discurso que se erige sobre la base del debate familiar de los problemas.
En tal sentido, el espectador sigue atento varios asuntos o conflictos, que van, además, desde el divorcio y la separación de los hijos, hasta la interrelación afectiva de éstos; así como en torno al polémico reconocimiento de los grupos gay en la sociedad cubana; a la vez que se introduce en disimiles emociones, tales como la soledad, el dolor, el amor, el odio, la intolerancia…
Avalado por un mínimal diseño de luces (Yoan Palomino y Huberto Valera) y de escenografía (Alejandro Palomino), la puesta, sin embargo, posee cierto desbalance en el desempeño actoral.
Palomino, con desenfado y naturalidad asume el papel de Andrés, hilo conductor de la dramaturgia, sustentada sobre una descalificada propuesta de tesis de doctorado (cuatro menos), que debe reelaborar en medio de disimiles decepciones, entre ellas la emigración de su hija hacia otro país. Figura dibujada, desde lo discursivo extremo, con radicales conceptos de patriotismo, fidelidad y credo en los valores de la sociedad en que vive.
Le secundan, Laura Moras (Tamara), la esposa de Andrés, amorosa y tolerante. Aunque ella tiene sus convenientes inquietudes feministas, resentida por los propios problemas expuestos, al fin y al cabo apoya al marido en sus decisiones personales; mientras que Kelvin Espinosa (Pollo) y Karen Arcis (Ania) mantienen el equilibrio y fidelidad al diseño de sus personajes; los cuales también recurren en determinados momentos al discurso ponderativo.
Nora Elena Rodríguez (Susana) alcanza el clímax de su actuación en la escena del aeropuerto, aunque en general puede dar más libertad expresiva a su papel, por momentos esquemático; en tanto Michel Labarta (Saúl), es el menos logrado de todos los personajes; su discurso es atropellado, entorpeciendo la dicción. Sus giros son bruscos y sobreactuada su entrega, que es poco convincente.
Hacia el final de la puesta hay esa mezcla de realismo y poesía que la crítica ha calificado, en otras obras de del Pino, como Poesía de la crudeza. Me refiero al momento en que Ania abandona el país y es despedida por sus padres en el aeropuerto, ocasión en que la joven (Karen Arcis) interpreta a capela, con evidente emoción, el bolero Pensamiento. Un estigma muy bien concebido.
Para los espectadores —que finalmente ocuparon los pasillos entre las gradas hasta sobrepasar los 300, y al concluir la obra, puestos de pie, la ovacionaron—, Cuatro menos logró hacerlos reflexionar, sin desaliento, sobre nuestras adversidades; y aunque muchas de ellas van quedando atrás luego de las transformaciones emprendidas en la Isla hace varios meses —y la pieza fue escrita entre 2006 y 2007—, otras dependen, y mucho, de la entrega de todos por hacer avanzar este país.
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