EXPOSICION DE ALBERTO PUJOL EN EL HOTEL PANORAMA

17 04 2010

Palabras pronunciadas  por Jorge Rivas en la inauguración de la exposición Pecios, del artista Alberto Pujol, en el Hotel Oasis Panorama, de La Habana.

Asistimos esta tarde a la segunda muestra personal de Alberto Pujol (el ineludible Albertico), y para tal ocasión, en medio de una vorágine enorme de trabajo, él y la amigable Adita, su esposa, me han solicitado la difícil encomienda de decir las palabras de apertura de esta exposición. Y no podía negarme a esta solicitud, que ciertamente me honra. Ante todo porque he sido testigo de la vehemente dedicación  de esta popular figura de la cultura cubana por hacer extensiva su afanosa vocación creativa hacia las artes visuales, en particular la plástica, cuyos agigantados pasos, en menos de tres meses —desde su primera muestra en la Casa Guayasamín—  revelan un tránsito profundo, cuidadosamente pensado desde la proyección iconográfica de cada uno de sus cuadros, en los que se deja ver una estética bien diferenciada dentro del variopinto panorama del arte contemporáneo.

Con la vivacidad de un infante que se ilustra mientras juega, Pujol atiende —y entiende— con extraordinario provecho los disímiles y fundados criterios en torno a su aún incipiente producción iconográfica. Sin embargo, su ejercicio plástico sostiene la singularidad expresiva resultante de una absoluta libertad creadora en la que, ante todo, está la complacencia espiritual del pintor. Tal expresa el eminente crítico, doctor Rufo Caballero, en las palabras del catálogo, “con envidiable claridad, Alberto tiene presente la certeza de que en el arte contemporáneo lo fundamental es la idea, la comunicación, y luego, la idoneidad de la morfología que se convoca para vehicularlas”.

He aquí, en estos lienzos, el perverso propósito de Alberto, quien desde el mismo título de esta exposición incita a pensar. Pecio significa mucho más que los restos de un artefacto o nave fabricado por el ser humano, hundido total o parcialmente en una masa de agua (mar, río, lago, embalse…), según las definiciones de los más prestigiosos diccionarios de la lengua española. Pero la UNESCO, desde hace algún tiempo,  ha establecido que el concepto de esta palabra derivada del latín posclásico,  incluye no sólo los restos de una embarcación y de su carga, sino también todos los restos históricos y culturales que se encuentren en su entorno.

Sobre esa premisa, el artista establece una serie de narraciones pictóricas con disímiles significados, pero en resumen vinculadas a la destrucción del hombre, de su cultura, de su civilización. Más que un discurso anclado en la experiencia existencial del pintor, Pecios revela sin miedo lo indecible,  para hacernos ver que los problemas que agobian hoy  la estabilidad de este planeta son únicamente consecuencias de nuestros mismos actos. La civilización humana, por el camino que le hemos diseñado, inevitablemente se convertirá en un pecio. Esta es la verdad —ya de manifiesto— que lastrará  hasta el más exiguo de nuestros anhelos y esperanzas.

Con sorprendentes procedimientos técnicos —más propios de un experimentado académico que de un pintor autodidacto— Pujol nos introduce en los desesperantes temas de sus cuadros, en muchos de los cuales el color agudo, sobrio y difuso del azul sumergido y oxidado, puede crear en el espectador sensación de ahogo. En algunas obras, cuyos trazos y líneas entretejen un cuidadoso —y paradójicamente lírico— filigrana, el artífice convoca a transitar por una suerte de laberinto orgánico en el que cada forma es subsidiaria otra, y así sucesivamente. De tal modo, nuestra mirada viaja por todo el cuadro, con desasosiego y auténtica y sugerente libertad comunicativa, para finalmente detenerse en la evocación personal  del artista sobre una alarmante realidad que a todos nos causa pena, dolor y miedo.

Entre las penumbras, la variables sombras y las oscuridades del océano se vislumbran enigmáticos pasadizos, tumultuosos amasijos de hierros, concreto, metales, huesos carcomidos y deformes… leve imagen de una mística existencia que antes fue y ahora no es más que un frío contexto arqueológico subacuático. Tales insinuaciones del artista están dirigidas al centro de la turbada conciencia del hombre del Siglo XXI, más preocupado por el desmedido desarrollo tecnológico y cibernético que por su entorno a punto de desaparecer…   descubrimos, entonces, que todo lo que hemos alcanzado, desde el surgimiento del homo sapiens,  ni es cierto ni mejor, ni más transitable que la solidez de la oscuridad hacia la que aceleradamente avanzamos.

Sin embargo entre las alegorías y los simbolismos  de estas obras no hay sentido pesimista. Sin estridencias ni gritos, casi de forma fantasmagórica,  los cuadros contenidos en Pecios reclaman nuestra atención para sutilmente, una vez delante de ellos, introducirnos en la formulación del discurso pictórico a través del lenguaje de los tonos, las formas, las mancha, las derivaciones de color y las mezclas cromáticas, e intervenir nuestro ánimo, al que siempre le consuela una luz que da esperanzas, una aureola que puede venir desde el fondo del cuadro para dar aliento y fe en la comprensión y la inteligencia humanas.

No quiero, con estas palabras, torcer con exagerados elogios el imprescindible tránsito que aún espera por las laboriosas manos y la aguda inteligencia de Pujol. Sería absurdo situar su obra artística en la misma altura que su trayectoria actoral o como compositor, tampoco, ahora, calificarlo de avezado creador de la plástica.  Sin embargo, por ahí anda, y sería igualmente injusto no reconocer el sorprendente avance de este soñador que alumbra sus misterios, para encendernos el pensamiento sobre un futuro que puede ser tan incierto como espeluznante. Si actuamos ahora —reclaman estos cuadros—, seguramente la humanidad toda no será, dentro de un tiempo no lejano, uno de esos fríos yacimientos arqueológicos sumergidos en el mar conocidos como Pecios.

Muchas gracias

 

 


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